Típica historia de un adulterio estival entre un humorista gráfico venido a menos y una superrica con ínfulas de salvadora y con problemas psicológicos que acude a un cursillo sobre cómics impartido por él en una universidad de la costa este de la que nunca habremos oído hablar, que no creo que sea la historia de una crisis sobre la mediana edad, de ninguno de los dos.
Él, que no deja de meter la pata de formas realmente alucinantes y peligrosas para su vida como el descerebrado que es, lo deja claro cuando cuenta parte de su vida durante la adolescencia, no acaba de desagradarnos, no sé si por la sinceridad con la que se examina o por las tesis que nos plantea y que no dejan, muchas de ellas de ser verdad.
En cuanto al argumento, las cosas acaban por irse resituando, todo sin grandes alharacas, y se vuelve al primer camino por el que se transitaba al principio, y que no deja de ser una forma de poner los pies en el suelo pero no como resignación sino como un reconocimiento e identificación de lo que necesita ser renovado.
Hasta aquí lo que vemos en la superficie. Pero tras esto llega el fondo y verdadero contexto de un mundo en el que un hombre con un trabajo, digamos digno, con una esposa en las mismas condiciones, y dos niños pequeños, tienen serios problemas para vivir con comodidad. Mientras otra pareja con una situación económica como para vivir por lo menos 100 vidas y con total desprecio por la de los demás, ha llegado ahí tras la suerte, escondida no solo en este sistema económico del capitalismo más salvaje sino por ser capaces de comportarse con total impunidad, al menos el marido.
“Vivíamos en un sistema económico y planetario en guerra, víctimas de una farsa política. Durante el invierno había habido momentos en los que quise interrumpir nuestra aventura amorosa epistolar para desatar una virulenta diatriba de impecable erudición sobre la historia del capitalismo desestructurado, el imperialismo estadounidense durante el siglo XX, los obreros de EEUU obligados a competir con trabajadores esclavos de Asia, las superpobladas y rentables cárceles privadas, Donald Rumsfeld, los hermanos Koch, la organización Ciudadanos Unidos y la próxima extinción del mundo, pero nunca llegué a hacerlo.”
Ella, otro espécimen propio del neoliberalismo, una mujer que, reconociéndose de origen humilde, cree que su esfuerzo y sus propias agallas, la han situado en una situación de privilegio, gracias al sueño americano. Sin embargo no deja de ser una favorita del mundo de la venta de bonos de empresas carroñeras, y después del capital de riesgo, ayudando a arruinar a empresas solventes mediante técnicas de bloqueo de capitales para llevarlas a la ruina. Mientras tanto, “apoyaba al Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales, Personas por el Trato Ético a los Animales, la Organización Nacional de Mujeres y la planificación familiar, pero también creía en la teoría del goteo y despreciaba a los ociosos que se reúnen en círculos a tocar el tambor y quejarse de la codicia empresarial en propiedades privadas.” Es decir, progresista en lo social, conservadora en lo fiscal, aunque lo segundo anulara a lo primero”.
Gente que produce cosas, pero es pobre, y gente que no produce nada más que pobreza y subdesarrollo, pero que es multimillonaria. Y por el medio, otra gente, creativos de publicidad, documentalistas, etc., que se dedican a realizar películas sobre “alcaldes negros corruptos de las principales ciudades del país” o “documentales sobre pandillas de prostitutas adolescentes de los barrios pobres de Filadelfia”.
No sé si el autor se da cuenta del contexto, pero es lo que más miedo da de toda la historia. Un capitalismo neoliberal que atrae a aquell@s que tienen agallas para pasar de todo y por encima de tod@s y que aplastará el mundo.
Así que, quién es Rich o, mejor, quién es rico? No lo sabemos.
Por eso el final de la novela no es tan desasosegante como podría haber sido si el autor quisiera hacerlo derrapar completamente. Pero quizás defraude un poco. ( )